Ambos trabajan sobre el exterior del auto, pero cada uno guarda una especialidad que tenés que conocer antes de llevar tu vehículo a alguno de ellos.
El trabajo del sacabollo es completamente artesanal, ya que consiste en devolver a la chapa su estado original, sin quitar ni agregar nada, es decir, sin deteriorar la pintura. Allí está su clave, ya que tampoco repintarán ni colocarán masilla en ningún lado, por lo que cuidarán el tan preciado “color de fábrica”.
La técnica de trabajo de los sacabollos requiere sí o sí de retirar el panel interior para trabajar desde adentro. Puede suceder que, si quien lo hace es un tanto desprolijo, se rompa alguna pieza o se marque el tapizado o algún plástico. En cambio, los chapistas pocas veces se ven obligados a desarmar el interior, dado que es más común que trabajen desde afuera con unas sopapas, dándole temperatura a la chapa para que se amolde mejor. Luego, para alisar la chapa también la martillan, pero esto es rematado con el el proceso de masillado y pintado que elimina las imperfecciones de los golpes.

Así las cosas, al sacabollos le costará arreglar imperfecciones en cajones cerrados o dobles chapas, dado que es muy difícil acceder a la zona donde está el problema. Ejemplos son los parantes de las ventanas y algunos zócalos. Lo mismo ocurre cuando el paño fue repintado, dado que si tiene mucha masilla existe el riesgo de que se cuartee.
Entonces, ¿cuándo recurrir a un chapista? Cuando un bollo provoque el salto de pintura o se produzca un impacto muy violento que deje el paño muy deformado, ya que la chapa se estira y se producen algunos pliegues en los vértices o nervaduras en el panel. Si esto no sucede, es conveniente el sacabollo ante casos de granizo, golpes leves en estacionamiento, pelotazos o si alguien se apoyó sobre un paño.